Brasil 2014: la fiesta comenzó
Poner un pie en Brasil y darte cuenta de que es un país diferente es todo uno. La tranquilidad del vuelo nocturno (un Madrid – Sao Paulo de once horas de duración) contrastaba con el bullicio y el colorido del aeropuerto internacional Guarulhos, donde cientos de pasajeros con las camisetas de sus países se agolpaban en la aduana para llegar a tiempo al enlace aéreo.
Así, la compañía de aviación brasileña Gol nos recibía con sus mejores galas para llevarnos a Salvador de Bahía, en un vuelo lleno de españoles, holandeses y brasileños. La ciudad se aparecía ante nosotros verde, con una exuberante vegetación que ponía color a las decenas de casas a medio construir (o medio derruidas) de las calles de Salvador. Los rótulos del aeropuerto se empeñaban en hacernos creer que Brasil ha dejado atrás la pobreza, pero la visión de la realidad no dejaba dudas. En ningún momento se siente uno en el primer mundo, para bien y para mal. Las pobres infraestructuras de la ciudad son el paisaje de niños descalzos, que viven el fútbol como una religión.
Igor, el taxista que nos lleva al hotel, lo tiene claro. Adora el fútbol, pero no puede aceptar los desmanes económicos cometidos con la excusa de la Copa del Mundo, en un país que clama por una educación y un servicio de salud dignos. Aun así, está convencido de que Brasil ganará.
Un paseo por el centro de Salvador minutos antes de la ceremonia inaugural, nos lleva de lleno al país del fútbol. Cada uno de los brasileños que inundan las calles del Pelourinho (el centro histórico) viste con los colores de la canarinha, y nadie, nadie, nadie, quiere perderse la fiesta de hoy. Los taxistas siguen el partido inaugural en pequeñas pantallas en los coches, y no hay mujer “baiana” que no luzca un maquillaje acorde con la estética de la bandera de Brasil. Toda la ciudad se transforma en una inmensa fiesta, y la celebración de St. Joâo de Bahía nos seduce con su magia. Una actuación de la escuela de “olodum”, una batucada irresistible, los alegres adornos de las calles, las luces de colores y un ambiente indescriptible ponen marco a una celebración como solo este país tropical sabe hacer. Holandeses y chilenos se unen a la fiesta de un pueblo que no renuncia a los valores que le han dado fama mundial, pero que no pierde de vista cuál es el precio que ha tenido que pagar por acoger el mayor evento deportivo del mundo
Las horas que hemos vivido en las calles de Salvador, en un barrio prácticamente de raza negra, pobre, que nos ha recibido con los brazos abiertos, nos recuerdan que el fútbol se vive más allá de los estadios, y que los sentimientos de un país entero son capaces de armonizarse como lo hacen cuando bailan al compás de la samba.